jueves, 17 de noviembre de 2016

Si las cacas no quieren jugar, no se les puede obligar

Hay que ser bien cobarde para correrte de un clásico que sabes que vas a perder y pretender ganar los puntos en mesa.  Después de caer en la cagonería ante Ayacucho F.C. (un equipo que lucha por no descender), tomaron conciencia de que la única manera que tienen de ganar puntos es en la mesa, y por eso aceitaron toda su maquinaria para evitar disputar el clásico que corresponde por la undécima fecha de la Liguilla B, y sumar de a 3.  En la cancha no hubieran podido hacerlo, y no porque tengan un seudo entrenador, sino porque lo cagón no se los quita nadie.  Ya lo dijo Jean Ferrari el miércoles 27 de diciembre de 1995 ante las cámaras de televisión, luego de ganarles la definición del subcampeonato de ese año con gol de Roberto Martínez: Siempre serán cagones, siempre.

A nosotros no nos quita el sueño no jugar el clásico y que les den los puntos a las cacas más 3 goles a favor.  Será una victoria pírrica porque sin jugar el clásico nosotros igual estaremos en las semifinales, y ellos con sus 3 puntos de regalo (más los 2 adicionales que les regalaron del clásico anterior que terminó empatado) no estarán entre los 4 primeros, y como siempre, nos mirarán por la TV.  Sin los 3 puntos del clásico tal vez no alcance para terminar primeros o segundos en el acumulado, pero no importa.  Si vamos a ser campeones debemos serlo ganándole a cualquier rival en la semifinal y disputando los partidos de locales antes o después.  Claro que sería lindo dar la vuelta olímpica en el Monumental definiendo el título allí en la segunda final.  Pero si el rival de la final tiene más puntos que nosotros en el acumulado y decide jugar la vuelta en su casa, da igual.  Daremos la vuelta de visitantes, como muchas veces lo hemos hecho.  Lástima nomás que no podamos jugar la final en Yompián contra las cacas.  Tantas vueltas hemos dado allí que podría ser nuestra segunda casa si no fuera porque apesta a mierda.  Como las comisiones de justicia hediondas que le dan la razón sin criterio jurídico alguno.  En fin, es nuestro fulbo subdesarrollado, en la cancha y en la mesa.


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